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4.05.2006

Poema


Ilusión de poner los ojos en el amarillo estriado del techo; en las dos horribles bandas de papel, con que mi madre tapó las imperfecciones del empapelado que ella misma colocó, en vez de simple pintura; despertar sin frío y en las texturas de mis sábanas, a veinticinco centímetros del suelo, revolviéndome en la impune flojera adquirida en mis últimos años de estudio.

Desperté con el deseo matutino que se repite sea donde sea que despierte; no la alucinación de estar en la comodidad de mi casa, sino la que se representa y alimenta en mis sueños, una mujer, la que sea. Pero esta vez la nocturnidad fue fractura y muerte de mi autoengaño; la ilusión se terminó en el segundo que me llevó remplazar su imagen por el abismo de transición, a otra.

Ilusión de poner los ojos en el amarillo estriado del techo; en las dos horribles bandas de papel, con que mi madre tapó las imperfecciones del empapelado que ella misma colocó, en vez de simple pintura; despertar sin frío y en las texturas de mis sábanas, a veinticinco centímetros del suelo, revolviéndome en la impune flojera adquirida en mis últimos años de estudio.

Desperté con el deseo matutino que se repite sea donde sea que despierte; no la alucinación de estar en la comodidad de mi casa, sino la que se representa y alimenta en mis sueños, una mujer, la que sea. Pero esta vez la nocturnidad fue fractura y muerte de mi autoengaño; la ilusión se terminó en el segundo que me llevó remplazar su imagen por el abismo de transición, a otra.

Ilusión de poner los ojos en el amarillo estriado del techo; en las dos horribles bandas de papel, con que mi madre tapó las imperfecciones del empapelado que ella misma colocó, en vez de simple pintura; despertar sin frío y en las texturas de mis sábanas, a veinticinco centímetros del suelo, revolviéndome en la impune flojera adquirida en mis últimos años de estudio.

Desperté con el deseo matutino que se repite sea donde sea que despierte; no la alucinación de estar en la comodidad de mi casa, sino la que se representa y alimenta en mis sueños, una mujer, la que sea. Pero esta vez la nocturnidad fue fractura y muerte de mi autoengaño; la ilusión se terminó en el segundo que me llevó remplazar su imagen por el abismo de transición, a otra.